La
solidaridad nace del ser humano y se dirige esencialmente al ser humano.
La verdadera solidaridad, aquella que está llamada a
impulsar los verdaderos vientos de cambio que favorezcan el desarrollo de
los individuos y las naciones, está fundada principalmente en la igualdad
universal que une a todos los hombres. Esta igualdad es una derivación
directa e innegable de la verdadera dignidad del ser humano, que pertenece
a la realidad intrínseca de la persona, sin importar su raza, edad, sexo,
credo, nacionalidad o partido.
La solidaridad trasciende a todas las fronteras:
políticas, religiosas, territoriales, culturales, etc. Para instalarse en
el hombre, en cualquier ser humano, y hacer sentir en nuestro interior la
conciencia de una “familia” al resto de la humanidad.
La solidaridad implica afecto: la fidelidad del amigo,
la comprensión del maltratado, el apoyo al perseguido, la apuesta por
causas impopulares o perdidas, todo eso puede no constituir propiamente un
deber de justicia, pero si es un deber de solidaridad.
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