Finalmente, el año 475 llegó al trono Rómulo Augústulo. Su
pomposo nombre hacía referencia a Rómulo, el fundador de Roma, y a
Augusto, el fundador del Imperio. Y sin embargo, nada había en el joven
emperador que recordara a estos grandes hombres. Rómulo Augústulo fue un
personaje insignificante, que aparece mencionado en todos los libros de
Historia gracias al dudoso honor de ser el último emperador del Imperio
Romano de Occidente. En efecto, sólo un año después de su acceso al
trono fue depuesto por el general bárbaro Odoacro, que declaró vacante el trono de los antiguos césares.
Así, casi sin hacer ruido, cayó el Imperio Romano de Occidente,
devorado por los bárbaros. El de Oriente sobreviviría durante mil años
más, hasta que los turcos, el año 1453, derrocaron al último emperador
bizantino. Con él terminaba el bimilenario dominio de los descendientes
de Rómulo
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