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jueves, 7 de marzo de 2013

el Papa dimite de su cargo

Vencido por la edad y la salud, pero sobre todo por el Vaticano, Benedicto XVI volverá a ser Joseph Ratzinger. En una decisión histórica, cuyos precedentes hay que buscarlos siete siglos atrás, el Papa alemán anunció este lunes su renuncia al pontificado, que quedará vacante a partir del 28 de febrero. “Para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio”, dijo en latín, por sorpresa, durante una ceremonia de canonización en la Santa Sede, “es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. Uno de los presentes, Angelo Sodano, decano del colegio cardenalicio, resumió en una frase la congoja que se abatió sobre Roma: “Santidad, amado y venerado sucesor de Pedro, su mensaje ha caído entre nosotros como un rayo en cielo sereno”. La expresión, queriendo ser hermosa, no se ajusta a la realidad. El papado de Benedicto XVI ha estado caracterizado por las luchas internas del Vaticano para contrarrestar sus intentos —no por tardíos menos tajantes— de limpiar la Iglesia de clérigos pederastas y banqueros corruptos. La filtración masiva de sus documentos privados es un ejemplo. Y otro, muy revelador, la manera de despedirse. Ratzinger, de 85 años, se marcha como vivió, solo. Decidió proteger su secreto hasta el último día, temiendo quizá que se lo robaran.
Hace un año, cuando las filtraciones de los documentos privados de Benedicto XVI sacaban a la luz un día sí y otro también las miserias de los hombres de Dios, alguien recordó que, en 2010, con motivo de una larga entrevista concedida al periodista alemán Peter Seewald para el libro La luz del mundo, Joseph Ratzinger advirtió: “Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”. En el verano de 2012, con la detención de Paolo Gabriele, su mayordomo, acusado ser el autor material de la sustracción de la correspondencia papal, Benedicto XVI sufrió otro duro revés, que se venía a unir, en el intervalo de unas horas, al despido fulminante de Ettore Gotti Tedeschi, el presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR). Si Gabriele —el hasta entonces fiel Paoletto— era quien desde hacía seis años lo ayudaba a vestirse y a desvestirse, le servía el desayuno y lo acompañaba en sus desplazamientos, el banquero Tedeschi —eliminado sin derecho a réplica ni honor por altos miembros de la Curia— era la persona elegida personalmente por Ratzinger para intentar limpiar la banca del Vaticano. Aquel verano, Ratzinger se fue a Castel Gandolfo más solo de lo que jamás estuvo ningún Papa. El representante de Dios en la tierra era en realidad un hombre anciano y enfermo, “un pastor rodeado por lobos”, en expresión de L’Osservatore Romano.

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