Las habitaciones del báratro están sucias. Las cortinas, si las hay, acumulan la mugre de meses sin limpiar. La parturienta tiene que tumbarse sobre una cama desvencijada cuyas sábanas, si las tienen, conservan la suciedad y las lágrimas de las que han pasado antes. Las cochambrosas paredes, si existen, no protegen a la paciente, sino que la encierran en una prisión en la que no se sabe qué puede ocurrir. Tal vez ignoren sus ruegos, entre gritos de dolor, por alguna medicina que alivie su sufrimiento. Puede que sea peor. Quizá la sometan a la mutilación genital femenina sin su consentimiento.
Todo esto en un hospital, elija el lector uno de tantos en Kenia. Puede que se encuentre algo así. A no ser que disponga de una cartera con muchos billetes dentro y tenga la habilidad de repartirlos entre la gente adecuada -sin quedarse corto en cuanto a generosidad se refiere-, existe la posibilidad de que el infierno sea su destino.
Sólo el 43% de las embarazadas acude a hospitales para dar a luz en Kenia y tiene que haber alguna otra razón, además de la pobreza y la falta de acceso. Tiene que haber otro motivo por el que las mujeres son reticentes a ir al hospital…
Según las primeras averiguaciones, gracias al trabajo de campo en 13 hospitales de Kenia, y siempre de acuerdo con los testimonios recogidos, el abuso es algo constante. Se obliga a las embarazadas a desnudarse en público para llevar a cabo los exámenes necesarios. Si tienen SIDA o alguna otra enfermedad tienen que explicárselo al médico en una conversación que puede escuchar cualquiera. Sus datos médicos están al alcance del primero que tenga curiosidad.
La cosa va a peor. Se les grita, abronca, amenaza con retirarles servicios o anunciar públicamente las confidencias, se les insulta o se ríen de ellas. Todo esto a una madre que está desorientada, que tiene que traer una nueva vida al mundo. Un mundo que parece odiarla. Te piden que te quites toda la ropa y caminas totalmente desnuda. Rasgan tu vestimenta. Cuando intentas oponerte es cuando empiezan las palizas", reconoce bajo el anonimato una de las mujeres entrevistadas.
Mi opinión: Vaya vaya... Pero qué derechos humanos se cumplen aquí... Ni salud, higiene, sanidad adecuada, mucha violencia... Lo peor de todo es la vida de esos niños que nacen en esos hospitales, que no tendrán ni para comer.
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